Cada día antes de acostarse, Lulú observaba a través de su ventana el misterioso universo estrellado que se reflejaba en el cielo de la noche. Ella solo podía quedarse dormida mirando a la luna. Todos los días veía a "su luna". Le cantaba, le hablaba, le contaba secretos a la luna y la luna le escuchaba sin inmutarse.
La joven chica pensaba realmente que la luna estaba viva y que podía oírla, tal era su locura que Lulú le prometió hablarle todas las noches de su vida y así lo hizo. Con veinte, treinta, cuarenta, cincuenta años, ella seguía hablando con la Luna.
Con ya noveinta cumpleaños, Lulú siendo una viejecita, le habló una noche a la Luna y ésta le contestó por fin. "Lulú, llegó el momento en el que yo ya no sea tu compañía, sino que tú seas la mía. Llegó el momento en el que tú misma tienes que subir hasta este cielo y acompañarme a mí y a las estrellas..."
Y así Lulú abandonó la tierra, subiendo a su cielo tan querido.